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Texto del códice

Las primeras creaciones del Hacedor fueron los espíritus, seres gloriosos que habitaban la Ciudad Dorada, y el Cantar de la Luz afirma que profesaban una fe inquebrantable en el Hacedor. Sin embargo, éste último no estaba satisfecho. Aunque los espíritus era similares a él y podían manipular el éter y crear a partir de él, no lo hacían. No sentía necesidad de crear y cuando se les ordenaba hacerlo, no tenían suficiente imaginación para dotar a sus creaciones de la ingenuidad de la vida.

El Hacedor se dio cuenta de su error: había creado espíritus a su imagen y semejanza salvo en el más importante de los detalles: no poseían una chispa de divinidad. Expulsó a los espíritus de la Ciudad Dorada hacia el Velo y continuó con su siguiente creación: la vida.

El Hacedor creó el mundo y a seres vivos sobre él al otro lado del Velo. Sus nuevo hijos no fueron capaces de dar forma al mundo que los rodeaba y hubieron de esforzarse para sobrevivir. A cambio de sus esfuerzos, el Hacedor les concedió una chispa de divinidad, un alma, y contempló con placer cómo sus creaciones prosperaban y demostraban toda la ingenuidad que había esperado.

Los espíritus sintieron celos de los vivos y los persuadieron para que se adentraran en el Velo mientras dormían. Los espíritus deseaban saber más acerca de la vida con la esperanza de recuperar el favor del Hacedor. A través de los ojos de los vivos experimentaron nuevos conceptos: amor, miedo, dolor y esperanza. Los espíritus, desesperados por atraer a soñadores a su reino para disfrutar de la chispa de la divinidad a través de ellos, moldearon el Velo imitando las vidas y los conceptos que había visto.

Sin embargo, al obtener poder, algunos espíritus comenzaron a desdeñar a los vivos. Entre ellos había algunos que solo veían las partes más oscuras de los soñadores. Sus tierras eran lugares de tormento y horror, y sabían que los vivos se sentían muy atraídos hacia los lugares que imitaban aquellas partes oscuras de ellos mismos. Esos espíritus cuestionaron la sabiduría del Hacedor y proclamaron inferiores a los seres vivos. Aprendieron de la oscuridad que habían visto y se convirtieron en los primeros demonios.

Ira, hambre, pereza, deseo y orgullo son las partes más oscuras del alma, las partes de las que los demonios obtienen su poder, los anzuelos que utilizan para agarrarse al mundo de los vivos. Fueron los demonios los que susurraron en las mentes de los hombres y los convencieron para que separaran del Hacedor y adoraran a dioses falsos. Querían poseer la vida como propia, forjar reinos de pesadilla en el Velo con la esperanza de, un día, poder asaltar los muros del mismísimo cielo.

Y la desesperanza volvió a hacer presa en el Hacedor, pues había otorgado el poder de la creación a sus nuevos hijos y ellos a cambio habían creado el pecado.

—Extracto de Los primeros hijos del Hacedor, por Bader, encantador superior de Ostwick, 8:12 de la Bendita

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